Volver al futuro

 Por Juan José Soto


Fotog. Jorge Vela, 2018.



Teodoro Cano fue un heredero del muralismo mexicano. Por ello, en el tiránico contexto actual de la imagen en el siglo XXI, un universo de sobreexposición visual aleatoria, infinita y algorítmica, hablar de su obra nos plantea, sin duda, varias interrogantes. La primera tiene que ver con la concepción identitaria, referencial o de representación del arte, entendiendo el arte como dispositivo simbólico; la segunda interrogante con la construcción de narrativas o neo-narrativas que atraviesan los desgastados preceptos del liberalismo económico y el individualismo social, que en días recientes pareciera buscar reconciliarse con la idea de comunidad; y la tercera, con el papel pedagógico y comunicacional que se le atribuye a la obra artística.

         El muralismo mexicano, como el resto de las vanguardias del siglo XX en las artes plásticas, fue producto del periodo entre guerras y la única vanguardia pictórica, quizá, latinoamericana. Sin embargo, a diferencia de las vanguardias que fungieron como movimientos combativos del status quo frente al arte academicista, el muralismo mexicano operó desde un ámbito distinto; el político postrevolucionario. Si bien reivindicativo de los valores que permeaban desde Europa, el muralismo estaba lejos de ser un agente antagónico al Estado, antes bien, se forjó como un aliado que aspiraba transitar del México rural al moderno; al Estado Nación en ciernes. Con ello, el muralismo se gestó como un eje fundante del Estado Moderno mexicano.

           Hay que recordar que el México postrevolucionario era un México fundamentalmente rural, heterogéneo y por lo tanto analfabeta; por ello, a diferencia del arte europeo de inicios del siglo XX que había abandonado la representación directa y buscaba nuevas formas de expresarse, el muralismo mexicano fue visto como un instrumento pedagógico y funcional para la nación que estaba gestándose. Resulta peculiar pensar que en el origen, este movimiento se erigiera desde la nueva nomenclatura política, y no, desde el pensamiento artístico que le diera forma y sustento plástico. 

      Curiosamente, esta singularísima asimilación política de la práctica artística, se vio interrumpida y reorientada no sólo por las influencias del arte de post-guerra sino y, sobre todo, por la absorción de la agenda artística como parte de la política cultural de los Estados Unidos en el contexto de la Guerra Fría. Me refiero al expresionismo abstracto que de alguna forma encauzó el discurso de lo que sería la plástica y la visualidad contemporánea hasta nuestros días. Quizás, es ahí donde resida la mayor aportación artística del muralismo mexicano y, en todo caso, en la obra del maestro Teodoro Cano.

Fotog. Jorge Vela, 2020



El texto forma parte del segundo número de la revista del Círculo la cual puede leer de manera íntegra en  https://bit.ly/2KDLU59