Carta de María Enriqueta a Don Justino J. Palacios. 1927
El encontrarse lejos del terruño
despierta en nosotros una serie de recuerdos y sentimientos que
añoran volver el tiempo atrás, sobre todo, cuando se disfrutaba de
la dulzura e inocencia de la niñez. A continuación, se transcribe
una carta de María Enriqueta a Don Justino J. Palacios,
texto que nos comparte nuestro amigo Isaías Contreras Alvarado.
Estamos seguros, que, quien se encuentre lejos de nuestro bello
Coatepec se identificará con las emociones de nuestra insigne
poetisa.
Madrid a 9 de Marzo de 1927
Muy estimado y fino amigo: me apresuro
a dar a usted las gracias por que en medio de sus muchas ocupaciones,
tiene usted la bondad de enviarme esos renglones de los Apuntes
Históricos y Geográficos de la Villa de Coatepec. Son para mí oro
molido, y no los leí sino con las lágrimas en los ojos, pues me
parecía que en medio de esos sitios cuya descripción estaba yo
leyendo, surgía la figura de mi adorado padre, a quien Dios tenga en
su gloria.
La fuente en la esquina del atrio de la
Parroquia, y la otra en la esquina de la Virgen de Guadalupe, están
ante mis ojos frescas, como yo de chiquilla me asomaba a ellas. No sé
si recordará usted que nosotros vivíamos en una casa de alto, en la
calle principal, precisamente en esa esquina (...) Pues bien, en
cierta época del año, en cierto domingo, allí en esa esquina,
delante de esa fuente, se congregaba una multitud de animalejos
(burros, caballos, mulitas, etc.) muy bien adornados, pues habían
sido llevados para ser bendecidos. Y mi hermano y yo, gozábamos
verdaderamente con la vista pintoresca que ofrecía esa esquina.
Después, cuando vivimos en una casa de
la calle de la virgen de Guadalupe, frecuentemente íbamos Pilito y
yo a la esquina, atraídos por el imán de esa fuente hermosa, a la
que iban por agua, y donde a veces veíamos, sentado en su escalera,
a Quico, el loco... Ya ve usted, por todos estos detalles, si habré
olvidado esas fuentes. Y quiero contarle también el afán misterioso
con que yo esperaba, noche a noche, asomada al balcón de la casa de
altos, frente a la parroquia, la aparición de la Llorona... ¡Qué
recuerdos! Es imposible que yo olvide a Coatepec. Lo llevo pegado en
mi espíritu.
No he olvidado tampoco aquella “Ánima
sola”, incrustada en el muro que rodeaba la parroquia, con su
velita prendida. Ni siquiera he olvidado el nombre del pintor que la
pintó. ¿No es el Tarelo? Y luego, dando la vuelta a esa barda de la
parroquia, ¿no había por el otro lado otra fuente más pequeña,
como incrustada también en el muro, con una especie de bóveda toda
punteada por unos animalitos temblorosos, que a mí me daban
muchísimo miedo, y a los que llamaban fríos?
Me acuerdo también, como si estuviera
viendo, de un acontecimiento que hubo en la jefatura, donde trabajaba
papá – fue una especie de reunión o fiesta – que se hizo para
oír por primera vez un fonógrafo. Recuerdo que Palito mi hermano
fue invitado para subir y dirigirle al fonógrafo algunas palabras
con objeto de que éste las repitiera. Y esas palabras comenzaron de
este modo: “Oiga usted, señor fonógrafo...” Recuerdo que la
gente rio a más y mejor, y que todos pasamos un rato verdaderamente
encantador. Seguramente usted estaba ahí con todos nosotros.
Cuanto más presente lo tengo a usted
es en aquellas misas de doce, los domingos, cuando salíamos de la
Parroquia mi hermano y yo, cogidos a la falda de mi madre, y usted
estaba siempre a la puerta, mirando salir la gente. Recuerdo mucho
también a Gabriel Rodríguez, igualmente amigo de mi papá.
¡Pobrecito, que ya duerme el sueño eterno!
Parece que los niños no se fijan en
nada, y todo lo ven. Esas primeras impresiones de la vida, quedan
para siempre en el recuerdo. ¡De cuántas cosas que he visto ahora
después, me he olvidado ya! Y esas, ¡jamás! Ya lo ve usted.
Pero no quiero quitarle su precioso
tiempo. Es que su carta, con esas descripciones, me ha despertado
todos esos viejos recuerdos, tan querido, de tiempos tan dichosos.
Deseo contarles que he sido honrada con
el título de Correspondiente de la Real Academia Hispano Americana
de Ciencias y Artes de Cádiz, no sé cómo pagar tanta manifestación
de aprecio.
Con nuestros cariñosos recuerdos para
todos ustedes, me repito su amiga afectísima y atenta servidora que
mucho le agradece todas sus bondades.
María Enriqueta C. De Pereyra.
Fuente del texto: “El hermoso
Coatepec de María Enriqueta Camarillo”, Jorge Valdivia García.
Revista: Centenario. Revoluciones Sociales en Veracruz. Año II, No.
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